XIX FIESTA LA BIZNAGA
José Rivas Tirado, pese al fracaso del acto del año anterior dado que el lugar elegido no reunía las condiciones necesarias y debido a la denuncia de un vecino a la Policía Local, que, al ser requerida, se personó en el Acto y lo cercenó al momento, puesto que prohibió un mínimo de decibelios para la de la música y esta que hubo que bajarla a un nivel que no denotaba festividad alguna, el Presidente se reafirma en su decisión y vuelve en esta edición a celebrarla en el mismo lugar de los hechos denunciados anteriormente.
La Fiesta se lleva a cabo el día 31 de Julio del año 1993 a las 22.00h con las actuaciones de El Coro Romero de la Biznaga, junto a Panda de Verdiales estilo de Almogía “ Cotos tres Hermanas “ con su Alcalde al frente José Salazar y como figura estelar la artista novel local Mónica Moreno.
Panda de verdiales Coto Tres Hermanas de Almogía actuando en su apertura de la Fiesta. En esta ocasión se la ha querido dar un caracter de la Málaga autoctona al Acto.
En el capitulo del Cartel de nuevo Chicano plasma una bella figura de la Biznaga. Ésta representará la llegada oficial de la XIX Fiesta del mismo nombre. Su presentación se lleva a cabo en la Peña el día 19 de Julio a las 21.30 h
Una vez más, abusando del genial pintor Eugenio Chicano, solicitamos su colaboración, esta vez, para la elección del Pregonero, que después sería su amigo, Poeta e investigador de la vida de Pablo Ruiz Picasso d. Rafael Inglada. Se recibe su beneplácito personal y da las gracias por su ofrecimiento
Cartel de Chicano que fue presentado en los salones de la Entidad.
Rafael Acejo de Canal Málaga Televisión está presente en el acto llevando a cabo su conducción.
Coro Romero de la Peña La Biznaga actuando en su Fiesta
José Rivas Tirado, pese al fracaso del acto del año anterior dado que el lugar elegido no reunía las condiciones necesarias y debido a la denuncia de un vecino a la Policía Local, que, al ser requerida, se personó en el Acto y lo cercenó al momento, puesto que prohibió un mínimo de decibelios para la de la música y esta que hubo que bajarla a un nivel que no denotaba festividad alguna, el Presidente se reafirma en su decisión y vuelve en esta edición a celebrarla en el mismo lugar de los hechos denunciados anteriormente.
La Fiesta se lleva a cabo el día 31 de Julio del año 1993 a las 22.00h con las actuaciones de El Coro Romero de la Biznaga, junto a Panda de Verdiales estilo de Almogía “ Cotos tres Hermanas “ con su Alcalde al frente José Salazar y como figura estelar la artista novel local Mónica Moreno.
Panda de verdiales Coto Tres Hermanas de Almogía actuando en su apertura de la Fiesta. En esta ocasión se la ha querido dar un caracter de la Málaga autoctona al Acto.
En el capitulo del Cartel de nuevo Chicano plasma una bella figura de la Biznaga. Ésta representará la llegada oficial de la XIX Fiesta del mismo nombre. Su presentación se lleva a cabo en la Peña el día 19 de Julio a las 21.30 h
Una vez más, abusando del genial pintor Eugenio Chicano, solicitamos su colaboración, esta vez, para la elección del Pregonero, que después sería su amigo, Poeta e investigador de la vida de Pablo Ruiz Picasso d. Rafael Inglada. Se recibe su beneplácito personal y da las gracias por su ofrecimiento
Cartel de Chicano que fue presentado en los salones de la Entidad.
Rafael Acejo de Canal Málaga Televisión está presente en el acto llevando a cabo su conducción.
Coro Romero de la Peña La Biznaga actuando en su Fiesta
La Fiesta se aperturó con los bailes de la Panda de Verdiales, para para a continuación Rafael Acejo hacer la presentación de D. José Infante que pasa a presentar al protagonista de la noche D. Rafael Inglada.
Terminado el interesante y bonito Pregón, el Presidente hizo entrega de Biznaga de Plata al pregonero, al igual que se viene haciendo cada edición. En esta ocasión como en alguna edición anterior no se llevo a cabo la elección de la Miss de la Fiesta por los motivos detallados del retraso que produce en el evento.
El Acto continuó con las actuaciones del Coro Romero La Biznaga y la actuación de la estrella principal que en este caso fue Mónica Moreno.
PREGÓN
XIX FIESTA LA BIZNAGA
Por: Rafael Inglada
Historiador
Director del Museo Pablo Ruiz Pacasso
El Acto continuó con las actuaciones del Coro Romero La Biznaga y la actuación de la estrella principal que en este caso fue Mónica Moreno.
PREGÓN
XIX FIESTA LA BIZNAGA
Por: Rafael Inglada
Historiador
Director del Museo Pablo Ruiz Pacasso
PREGÓN DE LA BIZNAGA
La historia de la biznaga es casi tan antigua como su aroma, tan vieja y descansada en su blancura como la vela de un barco, hondo y limpio, que cruza, lejanamente, las playas de El Palo; sólo él, en su soledad y en la tersura inmensa, azul y mediterránea, nos evoca el violeta de su velamen y la magia del timón, en el que se clavan, tenues y abiertos, los jazmines. Y, como sea que la biznaga tiene también su historia, quisiera que, más que un pregón, fuera esto una simple lectura de su vida. Es ésta la historia que jamás se lee en los libros, pues forma parte de la leyenda o de la tradición secreta de España, jamás contada, y que ahora, en esta noche clara, y a finales de julio, os evoco.
En 961, en el lecho de muerte de Abderramán III, su médico oyó que el califa, con voz agonizante, pedía un solo jazmín para su tumba, pero que fuera un jazmín como su imperio, siempre vivo, arrancado de un patio de Córdoba, y que los atauriques y zócalos de la casa de su amada fueran esculpidos con esa flor, para que su recuerdo perdurase imborrable, y su aroma no inquietara los sueños de quien en ella iba a perpetuar la memoria de su nombre.
Y Al-Mutardá, su bisnieto, quedó, el día en que fue asesinado en Guadix, prendado de una doncella a la cual llamaban Al-Jasmina, y a ella le fueron dedicadas pequeñas estrofas cuando los poetas de la corte supieron de su muerte, a los 15 años: «Una vida tan breve la de su amada / como el jazmín que lleva la sangre de su amado».
Años después, Al-Ramadi, «Abú el Ceniciento», el poeta de la corte, llevó una moaxaja al monarca Al-Hakam II, que había sido antaño su enemigo, y en ella hablaba del fulgor del jazmín y, cómo reunido todo él en una varilla, semejaba una constelación que estaba muy por encima de sus rostros. Ni los sabios ni los magos de al-Andalus lograron localizar en el firmamento aquella constelación cercana a Carro, pero a las estrellas fugaces las llamaron largo tiempo bisnagas por su blancura, y en la Málaga de entonces raro era el jardín donde no cayera, atrapado por la belleza, un cometa de tal estirpe.
El collar de la paloma fue escrito en la llamada «Casa del Té de la Biznaga», y cada capítulo, treinta en total, era el ramillete, homenaje de Ibn Hazm, su autor, a aquellas pequeñas manchas abiertas que cubrían el techo del palacio, por donde, entrado agosto, su perfume anticipaba, sobre el Guadalquivir, los baños de las huríes, y a las huestes -con sus cimitarras y plata en los cascos- los vasallos hacíanles entrega de unas canastillas de mimbre, donde se depositaban pequeñas grabadas con los nombres de Fátima, Al-Adilha o Tarika, u otras enamoradas, y viejos pergaminos lacrados con goma y fuego, hechos para la ocasión con la flor de la biznaga, que contenían las historias ya escritas de sus hazañas.
Un delicioso libro encontrado en el siglo XVIII, Floresta agreste de antiguas canciones, del cronista mosen Virgilio de Azagra, dice que, camino de su muerte, y a la sombra de los baluartes de la fortaleza de Acre, en el curso de la tercera cruzada, el trovador catalán Guillem de Rosselló -a punto de embarcar en las costas malagueñas-, despechado por el recuerdo inmisericorde de doña Urraca de Solsona, comparaba el desdén con la biznaga en una canción cuyo estribillo decía: «Dad jazmines a los labios, / pañuelos en flor para mis llantos, / pues de adioses tristes / dulce el corazón gime tanto».
Y luego vinieron las luchas sin cuartel, se perdieron las glorias y honores del califato, Naya ocupó Málaga y, cuando parecía haberse borrado el recuerdo de aquella bisnaga sobre el cielo, llegaron los trovadores nuevamente a cantarla y a reconocer su belleza, y de todo ello tenemos referencias en el Libro encantado de las Flores, de Santiago de Monfort, en el cual narra cómo Fernando III, el Rey Santo, abrió en su alcázar un jardín privado, e hizo rehacer nuevamente la vegetación a Sevilla, porque los musulmanes, al ser desterrados, arrasaron sus jardines y se llevaron hasta la última bisnaga que en ellos florecía, y, junto a ellas, dice Monfort, «muchas llaves de sus casas como recuerdo de la pérdida del Reyno, e las bisnagas que cubrian las dichas casas de los más ricos».
Pero el rey Fernando III guardó la caja de Ben Jakub, musulmán convertido al cristianismo, en la cual, bajo un doble fondo, estaban escondidas las semillas secretas del jazmín, y, dicen las crónicas, «él plegó a Dios dando muchas las gracias para q ella creciesse e sus sucesores tubieren como recuerdo, en un blasón, gravada, la flor única que él no havia heredado». Y así fue cómo Alfonso X, el rey Sabio, su sucesor, hizo bordar la flor de la biznaga, junto a un león rampante, en sus vestiduras remadas de oro, y dictar en su Crónica General una cláusula que prohibía cortar esta flor en su reino bajo la pena de muerte.
Ese escudo es el mismo que llevaron a las luchas los postreros reyes. Qué hubiésemos dado por haber conservado aquel primer proyecto del sepulcro de doña Violante yacente, con un jazmín en la mano, mientras su esposo, don Jaime I, sostenía la pétrea espada en el monasterio de Poblet, donde descansa majestuoso y alejado ya del mundanal ruido, sin tener que pedirle cuentas más que al jaramago y a su desdicha.
Con las guerras de Castilla y Portugal volvieron a renacer los símbolos de la corona, y con ella, el famoso Campo de Montiel, donde don Pedro I y don Enrique de Trastámara lucharon encarnizadamente, y donde Du Gluesclin, cortando la cabeza del llamado Rey Cruel, dijo: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor», y, enfundando una daga que tenía la marca del jazmín en su empuñadura, toda de plata y de rico labrado (hoy, en el monasterio de Uclés), hizo que Enrique II fuera proclamado monarca y, según cuenta en la Crónica Real Rodolfo el Humano, el nuevo rey díjole, aún malherido y en tierra, a su defensor: «Bien me habéis quitado a este traidor de don Pedro de encima; dadme esa daga que me salva ahora la vida, que podría desde ya merescerla». Y besando la biznaga que un orfebre había dejado impresa, terminó diciéndole a Gluesclin: «Que su aroma, desde ahora, sea por el Todopoderoso el de mi sangre».
Y ya no se supo más historias de la biznaga hasta que otro Enrique, el III, murió a los 27 años, y cómo fue llamado el Doliente desde entonces, por su naturaleza enfermiza, y cómo, estando en el lecho, en 1406, era curado con hierbas, entre las que se contaba -escribió el benedictino fray García Ponce-, «una barra de jasmin apretado que le decían bisnaga lo smoros e que era muy de curar tristezas e soledades».
Pero, como la biznaga ha sido también, no por la realeza y los grandes, sino por la poesía, tema perenne, el marqués de Santillana, que fue ambas cosas, poeta y grande de España, dejó en su obra, El infierno de los enamorados, unas páginas a la flor que ahora tratamos, y en una carta al Condestable Jorge de Bolonia, llamado «El zurdo», díjole que había dado fin al citado libro, pero que de él había excluido unos pliegos en que trataba, escribe el marqués, de la flor de la biznaga, «que es breve e muy pequeña e denso e de indomable olor e que se da muy a punto en tierras de calor del sur e que yo la he visto en un lugar muy de moros al que llaman Gibralfaro porque de sus jardines cresce e aroma muy mucho e tiene gran virtud para los que son amantes e que su flor natural que es el jasmin clavada ovo en una rama seca que forma toda ella una bola de noble e singular nieve olorosa e muy principal».
Durante un tiempo, con el descubrimiento de América, exportáronse secretamente semillas de jazmín al Nuevo Mundo, hasta que la Inquisición, en 1494, descubriendo su comercio, lo prohibió. La flor de la biznaga era entonces un peligro para los creyentes cristianos. Torquemada abrió una cláusula en su famosa Instrucción de Inquisidores en la cual se ponía en aviso del peligro de aquella flor que, «al olerla, el más cristiano y bautizado se volvía judío». Y aquel edicto fue cumplido con la pena de muerte en la hoguera, recordándose el histórico caso del Santo Niño de la Guardia, donde perecieron tanto conversos como judíos y brujas, acusados, entre otros desmanes, de exportar y hacer crecer jazmines en los huertos de sus propiedades. La Inquisición despojó a aquéllos de sus tierras, se arrasaron los jardines y, con los nuevos edictos de los Reyes Católicos, la biznaga fue tenida por «flor de pecado y de bribones y de maleantes» contrarios a la corona.
Pero un suceso fue a cambiar aquellas leyes décadas después, en 1516. Poco antes de la muerte del rey Fernando, a principios de enero de ese año la beata Sor María de la Torre del Espiritu Santo, natural de Alcañiz, en su lecho de muerte y ante las religiosas de su comunidad, tuvo una aparición. La abadesa Madre Ángela de Velázquez nos relata: «Cuando la reverenda madre sor María de la Torre se hallaba en su celda, vínose a ella una luz que nos cegó a todas, y con ella venía una paloma, y con ella se alzaron nuestras ropas y quedó mudada toda la habitación, y por un ventanuco que da a los jardines que nosotras mismas plantamos con mucha y con especial fe, bajó la Señora Madre Virgen de nosotros llena de hermosura, y en las manos, maravillábamos, traía en una al Niño y en la otra, tan delicadamente, aquella flor que nuestros abuelos nos dijeron que era pecado, y todo se llenó de olor y de dulzura con su presencia y la de la flor, y a sor María supurárosle llagas en ambas manos y se elevó muy por encima de nosotras, hasta casi el techo, que no era muy alto, y corrimos todas al refectorio, algunas llorando, otras rezando, y otras espantadas de maravilla tanta, y así que dimos parte a nuestro benefactor, y éste, llegando a Madrigalejo, cuando nuestro Rey Don Fernando se hallaba muy postrado, contó el caso, y unos tomaron al Padre Fernández Enríquez por loco y otros por milagroso el caso, y los más por un sacrilegio. Allí estaban junto a nuestro Rey grandes duques y señores, y cuando nadie creía la palabra del varón y estaba por ser apaleado y ajusticiado por hacer llevar el caso hasta el mismo Obispo, hízose gran nublado sobre el monasterio y de las paredes donde nuestro dicho Rey agonizaba salieron milagrosamente aquellas flores llamadas por los moros bisnagas por lo que el Rey, encomendándose al Señor a hacer entrega de su alma, en veintitrés de enero de 1516, diose cuenta de su grande yerro, lloró amargamente en sus últimas horas y, diciendo de su culpa, luego expiró».
Es por esta causa que, en el sepulcro de los Reyes Católicos, en la catedral granadina, Alessandro Fancelli, con gran sobriedad, hizo grabar, junto a los leones, las granada y las torres y otras alegorías, una corona entretejida de jazmín para rememorar aquel último hecho, que quedó prontamente escrito por muchos contemporáneos, entre ellos Pedro de Nasau en su Contestación al Vulgo sobre la procedencia del Reyno de Granada.
Con Carlos I continuó el esplendor del jazmín y pasó a convertirse en símbolo de pureza y de esperanza. Con motivo de la batalla de San Quintín, en donde las tropas españolas vencieron sobre las francesas, el rey Felipe III hizo que un batallón llevase, en medio de una cruz bordada, y en primera fila de combate, un pendón con las armas reales y, junto a él, otro en donde se representaba un jazmín abierto. Este pendón, de color rojo oscuro, fue llevado por el malagueño don Rodrigo de Lucas, antiguo calafate, y muchos fueron los que se disputaron traerlo de vuelta a palacio ante el monarca. Actualmente, se conserva en el Museo del Ejército de Madrid, y en él aún hay vestigios de sangre, y, en letras en oro ya deshilachadas, se escribió el nombre de Felipe II el Vencedor y el de Isabel de Valois, su esposa. Claudio Coello pintó un lienzo, hoy desaparecido, pero del cual tenemos cumplida referencia, en donde aparecía el rey con la orden de la Carretera, bengala y el pendón con el jazmín.
Cuando sus súbditos vinieron a Málaga, en 1598, año de la muerte del monarca en El Escorial, pasaron por tierras de Antequera y allí, nuevamente nos encontramos con que, dice el poeta Villamediana, «pasaron una enorme y alta roca y, bordeándola, refiriéronles a los soldados los vecinos de la villa una grande historia de amor y de muerte, y fue de mucho prodigio la leyenda que se cuenta porque, junto a donde cayeron despeñados unos amantes, creciera un jazmín, que no es tierra de ello, como testimonio póstumo de pureza que los enamorados abrigaban, y que, por ser cumplida, condujéronles a tan fatal destino, y que muchos llamaron a aquella Peña la de la Biznaga o de los Enamorados». Y el sacerdote humanista Arias Montano escribió, cuando supo del hecho, en uno de sus últimos sonetos: «Biznaga no es de sangre sino acosos, / aquélla, la de los Enamorados, / que en andas ya de amores descuidados / cayeron por las rocas silenciosos». Muchos años después, Lope de Vega, brillantemente, volvió al asunto de la Peña con el largo romancillo y medio canción: «Biznagas son de amores / para los cielos, / que en la Peña crecían / a mis consuelos».
Y, de este modo, con el siglo de Oro, la biznaga pasó de ser un tema curioso y meramente político, a servir de inspiración a muchos poetas, aunque, por poner un ejemplo de la biznaga en la sociedad y política de entonces, el mismísimo conde-duque de Olivares fue un enamorado de ella, y hay una carta que cuenta el valido varias intimidades junto a algunos consejos de Estado, y que escribió al entonces rey Felipe IV: «...y sepa V. M. porque quisiere mudar un jardín que tengo por propio y plantar en él jazmines y otras flores de igual sino, que me son de compañía cuando no de consuelo a mi mucha pena y a mis achaques».
Y ya no se supo más historias de la biznaga hasta que otro Enrique, el III, murió a los 27 años, y cómo fue llamado el Doliente desde entonces, por su naturaleza enfermiza, y cómo, estando en el lecho, en 1406, era curado con hierbas, entre las que se contaba -escribió el benedictino fray García Ponce-, «una barra de jasmin apretado que le decían bisnaga lo smoros e que era muy de curar tristezas e soledades».
Pero, como la biznaga ha sido también, no por la realeza y los grandes, sino por la poesía, tema perenne, el marqués de Santillana, que fue ambas cosas, poeta y grande de España, dejó en su obra, El infierno de los enamorados, unas páginas a la flor que ahora tratamos, y en una carta al Condestable Jorge de Bolonia, llamado «El zurdo», díjole que había dado fin al citado libro, pero que de él había excluido unos pliegos en que trataba, escribe el marqués, de la flor de la biznaga, «que es breve e muy pequeña e denso e de indomable olor e que se da muy a punto en tierras de calor del sur e que yo la he visto en un lugar muy de moros al que llaman Gibralfaro porque de sus jardines cresce e aroma muy mucho e tiene gran virtud para los que son amantes e que su flor natural que es el jasmin clavada ovo en una rama seca que forma toda ella una bola de noble e singular nieve olorosa e muy principal».
Durante un tiempo, con el descubrimiento de América, exportáronse secretamente semillas de jazmín al Nuevo Mundo, hasta que la Inquisición, en 1494, descubriendo su comercio, lo prohibió. La flor de la biznaga era entonces un peligro para los creyentes cristianos. Torquemada abrió una cláusula en su famosa Instrucción de Inquisidores en la cual se ponía en aviso del peligro de aquella flor que, «al olerla, el más cristiano y bautizado se volvía judío». Y aquel edicto fue cumplido con la pena de muerte en la hoguera, recordándose el histórico caso del Santo Niño de la Guardia, donde perecieron tanto conversos como judíos y brujas, acusados, entre otros desmanes, de exportar y hacer crecer jazmines en los huertos de sus propiedades. La Inquisición despojó a aquéllos de sus tierras, se arrasaron los jardines y, con los nuevos edictos de los Reyes Católicos, la biznaga fue tenida por «flor de pecado y de bribones y de maleantes» contrarios a la corona.
Pero un suceso fue a cambiar aquellas leyes décadas después, en 1516. Poco antes de la muerte del rey Fernando, a principios de enero de ese año la beata Sor María de la Torre del Espiritu Santo, natural de Alcañiz, en su lecho de muerte y ante las religiosas de su comunidad, tuvo una aparición. La abadesa Madre Ángela de Velázquez nos relata: «Cuando la reverenda madre sor María de la Torre se hallaba en su celda, vínose a ella una luz que nos cegó a todas, y con ella venía una paloma, y con ella se alzaron nuestras ropas y quedó mudada toda la habitación, y por un ventanuco que da a los jardines que nosotras mismas plantamos con mucha y con especial fe, bajó la Señora Madre Virgen de nosotros llena de hermosura, y en las manos, maravillábamos, traía en una al Niño y en la otra, tan delicadamente, aquella flor que nuestros abuelos nos dijeron que era pecado, y todo se llenó de olor y de dulzura con su presencia y la de la flor, y a sor María supurárosle llagas en ambas manos y se elevó muy por encima de nosotras, hasta casi el techo, que no era muy alto, y corrimos todas al refectorio, algunas llorando, otras rezando, y otras espantadas de maravilla tanta, y así que dimos parte a nuestro benefactor, y éste, llegando a Madrigalejo, cuando nuestro Rey Don Fernando se hallaba muy postrado, contó el caso, y unos tomaron al Padre Fernández Enríquez por loco y otros por milagroso el caso, y los más por un sacrilegio. Allí estaban junto a nuestro Rey grandes duques y señores, y cuando nadie creía la palabra del varón y estaba por ser apaleado y ajusticiado por hacer llevar el caso hasta el mismo Obispo, hízose gran nublado sobre el monasterio y de las paredes donde nuestro dicho Rey agonizaba salieron milagrosamente aquellas flores llamadas por los moros bisnagas por lo que el Rey, encomendándose al Señor a hacer entrega de su alma, en veintitrés de enero de 1516, diose cuenta de su grande yerro, lloró amargamente en sus últimas horas y, diciendo de su culpa, luego expiró».
Es por esta causa que, en el sepulcro de los Reyes Católicos, en la catedral granadina, Alessandro Fancelli, con gran sobriedad, hizo grabar, junto a los leones, las granada y las torres y otras alegorías, una corona entretejida de jazmín para rememorar aquel último hecho, que quedó prontamente escrito por muchos contemporáneos, entre ellos Pedro de Nasau en su Contestación al Vulgo sobre la procedencia del Reyno de Granada.
Con Carlos I continuó el esplendor del jazmín y pasó a convertirse en símbolo de pureza y de esperanza. Con motivo de la batalla de San Quintín, en donde las tropas españolas vencieron sobre las francesas, el rey Felipe III hizo que un batallón llevase, en medio de una cruz bordada, y en primera fila de combate, un pendón con las armas reales y, junto a él, otro en donde se representaba un jazmín abierto. Este pendón, de color rojo oscuro, fue llevado por el malagueño don Rodrigo de Lucas, antiguo calafate, y muchos fueron los que se disputaron traerlo de vuelta a palacio ante el monarca. Actualmente, se conserva en el Museo del Ejército de Madrid, y en él aún hay vestigios de sangre, y, en letras en oro ya deshilachadas, se escribió el nombre de Felipe II el Vencedor y el de Isabel de Valois, su esposa. Claudio Coello pintó un lienzo, hoy desaparecido, pero del cual tenemos cumplida referencia, en donde aparecía el rey con la orden de la Carretera, bengala y el pendón con el jazmín.
Cuando sus súbditos vinieron a Málaga, en 1598, año de la muerte del monarca en El Escorial, pasaron por tierras de Antequera y allí, nuevamente nos encontramos con que, dice el poeta Villamediana, «pasaron una enorme y alta roca y, bordeándola, refiriéronles a los soldados los vecinos de la villa una grande historia de amor y de muerte, y fue de mucho prodigio la leyenda que se cuenta porque, junto a donde cayeron despeñados unos amantes, creciera un jazmín, que no es tierra de ello, como testimonio póstumo de pureza que los enamorados abrigaban, y que, por ser cumplida, condujéronles a tan fatal destino, y que muchos llamaron a aquella Peña la de la Biznaga o de los Enamorados». Y el sacerdote humanista Arias Montano escribió, cuando supo del hecho, en uno de sus últimos sonetos: «Biznaga no es de sangre sino acosos, / aquélla, la de los Enamorados, / que en andas ya de amores descuidados / cayeron por las rocas silenciosos». Muchos años después, Lope de Vega, brillantemente, volvió al asunto de la Peña con el largo romancillo y medio canción: «Biznagas son de amores / para los cielos, / que en la Peña crecían / a mis consuelos».
Y, de este modo, con el siglo de Oro, la biznaga pasó de ser un tema curioso y meramente político, a servir de inspiración a muchos poetas, aunque, por poner un ejemplo de la biznaga en la sociedad y política de entonces, el mismísimo conde-duque de Olivares fue un enamorado de ella, y hay una carta que cuenta el valido varias intimidades junto a algunos consejos de Estado, y que escribió al entonces rey Felipe IV: «...y sepa V. M. porque quisiere mudar un jardín que tengo por propio y plantar en él jazmines y otras flores de igual sino, que me son de compañía cuando no de consuelo a mi mucha pena y a mis achaques».
Quevedo, que tuvo referencias directas de la carta, escribió uno de los muchos poemas que dedicó al valido, y es, curiosamente, el soneto que empieza: «Jazmín que Lisi planta en plantas bellas / si de la muerte tienta la hermosura...».
El curso de la historia de la biznaga tampoco pasó desapercibido para Cervantes, quien, en su obra, El liberal dichoso, hoy perdida, hacía una breve mención de cómo el jazmín, en el escote de una dama, perfumaba más su hermosura si cabe, y cómo don Quijote, en una de sus salidas, se enfrentó al Caballero de la Bisnaga bajo la advocación de Dulcinea, y cómo arremetió contra los suyos en Sierra Morena, que no eran sino una manada de cabras que pasaba por allí en aquel momento tan crucial para las órdenes de caballería.
Con la Ilustración se crearon sociedades secretas, y en Málaga fue famosa la que presidió don José de Gálvez, «Sociedad Geórgica de la Biznaga», entre cuyos miembros se hallaban muchos prohombres del Consejo de Indias y altos cargos de la administración real, que eran todos tenidos por masones y que dedicaban, la mayor parte del tiempo libre, a ocupaciones filantrópicas. Se crearon escuelas y asociaciones para la buena vida, el buen gusto y el buen hacer español; se publicó, parafraseando el libro Los eruditos a la violeta, de Cadalso, Los eruditos a la Biznaga, y no pocas horas dedicó por aquel entonces el médico y botánico Celestino Mutis a descubrir y dibujar el jazmín hecho ya biznaga, del que se se hayan testimonios en algunos pliegos sueltos de su Nueva Flora de España y Nueva Granada.
Goya la trasladó a algunos de sus lienzos, como el que representa a la marquesa de Tomares, en donde la noble sostiene una biznaga entre sus manos, y, a sus pies, un perrito descansa impertérrito y ajeno a la modelo.
Según los periódicos de la Málaga de entonces, con motivo de la llegada de José I a nuestra ciudad, el Ayuntamiento le regaló, como símbolo de la ciudad, una corona entretejida con biznaga. Hasta nosotros ha llegado la última frase de su largo discurso en las páginas de la Gaceta local, cuando recibió de manos del alcalde y primeras autoridades el mencionado don: «Y, cuando a nuestro Rey, que Dios g. m. a. se le entregó la flor, alabamos mucho su discurso con aplausos y vivas, y terminó diciendo “De París, la flor de lis, y de Málaga el jazmín».
Con los liberales se crearon nuevas sociedades secretas, de muy distinta índole a aquéllas de Gálvez, mucho más revolucionarias, que llevaban en el escudo la flor de un jazmín rompiendo las cadenas opresivas de la esclavitud política. Estos liberales, en sus reuniones secretas, se distinguieron porque comenzaron a utilizar chalecos de piqué blanco con motivos florales, sobre todo el jazmín, y durante muchos años fueron perseguidos, encarcelados, ajusticiados o desterrados, como los sobrados y relevantes casos de Riego y Torrijos, o el no menos famoso de Mariana Pineda, de quien Lorca recoge en un borrador (en la Casa de los Tiros), cuando iba a ser ajusticiada en la Plaza del Triunfo de Granada, la escena de su muerte: «Jazmín para la nieve / más alta de mi cuello, / ¡Que la luna no suba / más a los cerros! // Una biznaga tiembla / por la montaña adentro / mientras siete caballos / mecen mi cuerpo».
Con la venida de Isabel II y el Romanticismo, los poetas, fuera de contextos políticos, alabaron a la biznaga. Quintana o Espronceda rememoraron en extensas odas a esta flor. Bécquer escribió unas rimas en que comparaba la blancura de la mano de Julia Espín con la de la biznaga. Los escritores costumbristas la pasaron a sus cuentos (recuérdese El vendedor de biznagas, de Estébanez Calderón). Y de manos de Mesonero Romanos salieron hermosos fragmentos en su breve artículo «Una visita a Andalucía». E incluso, en el ámbito taurino, surgieron diestros a finales del XIX con nombres como «El Jazminero», «Biznaguero Chico» o «Jazmín II», muerto éste en 1899 en la plaza de toros portátil de Guadix.
Y, por último, nuestro siglo, donde la biznaga está presente en innumerables poemas y pinturas modernistas, cubistas, dadaístas y todos los ismos habidos hasta nuestros días: Picasso grabó, en 1954, Mujer desnuda con biznaga y payaso. Juan Gris, Enrejado y jazmín con botella de Bass. Zuloaga, La señorita de la biznaga (Retrato de Consuelo Aguirre). Y los poetas, en encendidos versos, cantaron su belleza. El maestro Rubén Darío, Villaespesa o Juan Ramón, también alabaron si sino. Éste comparaba su propia melancolía con la biznaga, y el inefable Gómez de la Serna escribió incluso una greguería en su honor: «Biznaga: mano incorrupta en cuyas uñas crecen flores».
Para finalizar este pregón, que no es sino una breve historia muy de nosotros, los amantes de la biznaga, quisiera agradecer vuestra atención, dándole a José Infante, mi querido amigo y poeta, y a la Peña que lleva el nombre de la Biznaga, las gracias por el honor que me hacen al presentarme y a subir a este estrado, y estar, en esta última noche de julio, en compañía vuestra, cerrando este XIX pregón con unos versos que Salvador Rueda escribiera en América, un poema apenas conocido sobre nuestra flor, que comienza:
En la penca del chumbo van las biznagas
coronando su aroma mis ilusiones.
Son las hojas lo mismo que tenues dagas
que se clavan si escucho darla en pregones.
...En mi pequeño pueblo, bajo la lluvia,
levantando a las diosas de sus jardines,
el pregonero daba a mi hermana rubia
el ramillete blanco de los jazmines...
RAFAEL INGLADA
Málaga,31 julio de 1993
IMAGENES DE LA FIESTA. EDICIONES XVI A XXV
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