miércoles, 13 de agosto de 2008

XVIII FIESTA LA BIZNAGA

XVIII FIESTA LA BIZNAGA

El día 20 de Marzo del año 1992, se cierra una etapa en la presidencia de Francisco M. Sánchez Rodríguez, abriéndose una nueva, en favor de José Rivas Tirado, quién accede al cargo en esta misma fecha despues de llevar a cabo una dura pugna por el mismo con la otra candidatura de Antonio Pérez Serrano, ganándole las elecciones por una mayoría en las votaciones.
Pepe Rivas en dias cercanos a la Asamblea me solicita colaboración para que le apoye en su candidatura, hecho este, que le denegué por motivos personales.
El Sr. Rivas, una vez conformada su Junta Directiva, comienza a trabajar en la confección de la venidera Fiesta, para ello, la primera decisión a tomar es el marco, que sin saber aún porqué, se cambia, trasladándose el acto a Villa Elvira, sito el Paseo del Limonar, nº. 5, solar propiedad de Peñarroya. Era evidente que el marco desmejoraba bastante en consonancia con el anterior, pero la decisión estaba tomada. Nuevamente, Eugenio Chicano, dando muestras de su sentimiento biznaguero, crea una vez más, el Cartel de la Fiesta, diseñando una obra muy biznaguera y marinera a la vez, pues la barca del pescador con una biznaga haciendo de mástil, es una especial bella estampa malagueña. Su presentación se efectúa en la Peña a las 21.00 horas por parte de su creador.

Eugenio Chicano presentando su obra ante la atenta mirada del Presidente José Rivas Tirado.

En el apartado del Pregonero, José Rivas cuenta con el consentimiento del Licenciado en Derecho, Arte Dramático y Periodismo D. José Infante, que el día 18 de Julio de1992 recoge el testigo para pregonar a los cuatro vientos La Biznaga.



Asociación Folklorica Cultural Nª. Srª. de los Dolores en un momento de su notable actuación.

La presentación del Sr. Infante fue llevada a cabo por la anterior Pregonera Mari Pepa Estrada efectuando un bonito y sencillo acto de presentación del Pregonero. Para completar el cartel del acto, se cuenta con el Coro Rociero Alboreá, Panda de Verdiales de los Montes de Málaga, dirigida por Paco Maroto, Asociación Folklorica Cultural Nª. Srª. de los Dolores y como artista principal el gaditano Juan Manuel conocido como el hombre orquesta. Como presentador del evento se cuenta con Rafael Acejo, ya amigo de la Entidad desde hace años, acto que dirigió con gran maestría y personalidad. Una vez concluido el Pregón, el Presidente Sr. Rivas entregó, como cada año, la Biznaga de Plata al Pregonero y este estampó su firma en el Libro de Oro. Continuó el acto con la actuación del Coro Rociero Alboreá y seguidamente Juan Manuel, que, casi al inicio de su intervención fue interrumpido para que bajara los decibelios de su música, pues la Policía Local hizo acto de presencia en el recinto, debido a una denuncia de vecinos por los ruidos producidos y prácticamente se cargó la Fiesta, pues hubo de bajar el tono de forma tan considerable que el acto se quedó sin ambiente.

Pregonero D. José Infante firma el Libro de Oro de la Entidad.
PREGÓN
XVIII FIESTA LA BIZNAGA
Por: José Infante Poeta. Periodista
NOSTALGIA DE LA BIZNAGA
O EL OLOR DE LA JUVENTUD


Junto al agua negra.
Olor de mar y jazmines.
Noche malagueña.



Aunque lo hubiese pretendido, no podía empezar de otra manera. En estos tres versos del bueno de Don Antonio Machado, están resumidos y juntos todos los conceptos que nos reúnen aquí esta noche: el mar y su espesa negrura, el jazmín y su turbadora fragancia enamorada, la noche y su luz engañosa. Nosotros somos solamente testigos, mudos y sorprendidos, de un prodigio que se repite año tras año, día tras día, el triunfo y la repetición de la vida, simbólicamente reflejados en una flor diminuta y en su más hermosa parábola, la biznaga. Solamente eso hay que celebrar. Lo demás es contingente y nada podemos hacer para cambiar el destino de nuestro corazón.

¿Y qué hay más unido al destino de cualquier malagueño que una biznaga? Por eso también podía haber empezado con los emocionados versos que ustedes tienen en la invitación a esta decimoctava fiesta de la Biznaga.


Una luz por el parque y el pitido
de un barco que se fue, que se está yendo.
Una luz que conozco y que comprendo
y un barco que partió y que no se ha ido.

Palomas. Y biznagas que han querido
serlo para volar. También lo entiendo:
Ser otro y ser lo que estuvimos siendo.
Acaso alguna lo haya conseguido.

Un tranvía de sol con jardinera
y en los Baños del Carmen gran carrera,
concurso entre sirenas y delfines.

No se estaba ya en guerra aquel verano,
mi padre me llevaba de la mano,
yo estudiaba segundo de jazmines.


¿Qué niño malagueño no puede recordar como nuestro admirado y querido Manolo Alcántara esa asignatura obligada de nuestra geografía humana y estética? ¿Quién de los que fuimos un día niños por el parque no recuerda el pitido penetrante del melillero que nos hacía viajar a un mundo lejano y misterioso donde lo único que quizás íbamos a echar en falta eran los jazmines?


También podía haber comenzado retrocediendo más en el tiempo y en la historia y recoger estos otros versos del poeta Umar de Málaga, que ya en el siglo XIII cantaba:

Málaga...,
donde hallará fragantes perfumes,
valles serpenteantes
y costas en las que se ensancha el pecho herido;
donde la violeta sirve en rueda los cálices del junquillo,
y los jazmines son como luceros que surgen en pleno día;
donde el aroma del azahar se mezcla con el perfume
de la toronja y las brisas de la mañana...

Creo que pocas ciudades en el mundo podrán jactarse como Málaga de tener una flor que la identifique y un perfume que la defina. Málaga y la biznaga son dos cosas tan íntimamente unidas que si no fuera porque a la sencillez y llaneza de la biznaga no le van las solemnidades habría que pedir que figurara en el escudo heráldico de la ciudad, ese que habla de la ciudad hospitalaria," primera en el peligro de la Libertad".


La inigualable pintora del recuerdo que es María Pepa Estrada,- a la que aprovecho para dar las gracias por sus afectuosas palabras al presentarme aquí hace un momento (tú sabes María Pepa que tu amistad figura hace ya mucho tiempo en el escudo de mi corazón)-, en su Pregón del año pasado citaba a José Bergamín y una pregunta casi metafísica que el escritor se hacía, y con la que yo quiero enlazar con el suyo mi Pregón de esta noche."¿Málaga existe?",-decía Bergamín en 1926. ¿Existe la Biznaga? ¿O es un invento más del sueño, ese largo sueño de las gentes del Sur que comenzó en Tartessos y no ha acabado todavía?


Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua: Biznaga:(Del mozárabe bisnaga y este del latín pastinaca). Planta de la familia de las umbelíferas, como de un metro de altura, con tallos lisos, hojas hendidas muy me-nudamente, flores pequeñas y blancas, y fruto oval y lampiño."Y más adelante, añade:"En Andalucía, ramillete de jazmines en forma de bola."

Sin duda no nos aclara mucho el diccionario, pues nos quedamos sin saber si la biznaga es el tallo o es todo el conjunto. Y desde luego nadie definiría a una
biznaga como una bola de jazmines. Eso, aparte de una ordinariez, es no haber visto nunca la esbeltez y elegancia de una biznaga malagueña. ¿Qué es, entonces, una biznaga?


En el Diccionario de Plantas de Ludwig van Ranke, se dice:"Biznaga, (Ammi visnaga) Planta anual y erecta de hasta l metro de altura, con el tallo robusto y acanalado. Se caracteriza por presentar numerosos radios en la umbela (hasta 15O); estos radios se usan como mondadientes (otra ordinariez). Florece en verano. De la Europa mediterránea y Portugal." Tampoco nos ilustra mucho sobre la esencia de la biznaga, de la que, por cierto, el Diccionario Enciclopédico Larouse dice:" fruto con costillas delgadas, salientes; florece en Julio y Agosto. Su nombre vulgar es visnaga, viznaga o biznaga." Para este viaje podíamos habernos ahorrado la consulta erudita. Hay que recurrir al Vocabulario Popular Malagueño de Juan Cepas para encontrar una definición algo más cercana de la biznaga. Se dice en este breviario de malagueñismos: "Biznaga: adorno floral que se prepara insertando jazmines sobre el tallo múltiple y seco del cardo. En Málaga es corriente su venta callejera llevándolos pinchados sobre una penca que sirve de bandeja. La figura del "biznaguero" ha sido recogida en las artes tanto plásticas como pictóricas y literarias." Aquí habría que recordar aquel poema de Salvador Rueda por el que asoma el pregón popular del biznaguero:


Al recorrer tus calles como jardines,
un charran, de la gracia bizarra prueba,
trinó, alzando una penca con mil jazmines:
"A las buenas biznagas, quién me las lleva!”


A mi me basta con decir, nuevamente con Bergamín,"La había soñado para poder llegar a verla. La he visto para no poder volverla a soñar." Eso es la biznaga, el sueño de un malagueño que quiso no volver a soñarla. Porque había en ella tal cantidad de hermosura y fragancia que su solo recuerdo podía producir el desmayo. Lo mismo que la vida es un desmayo de la voluntad de morir, la biznaga nos atrae porque nos produce un desmayo en la voluntad de vivir. Dejarse conducir por ella a un sueño blanco y misterioso que nos lleve a la felicidad.

Probablemente si los organizadores de esta fiesta lo hubiesen pensado dos veces no me habrían pedido que fuese yo esta noche, que es tan bella como cualquier otra noche malagueña de verano, y tan ardiente y tan mágica y tan misteriosa, el nuevo pregonero de la biznaga. El pregón debe ser exaltación y júbilo. Cántico y afirmación. Y yo, ya lo ven, lo único que hago es formularme preguntas imposibles e interrogaciones que van más allá de lo razonable. Mi poesía no es más que indagación y búsqueda. Conocimiento y meditación. Toda la poesía no es más que eso, intentar buscar la respuesta a esas tres o cuatro preguntas que el ser humano viene haciéndose desde el principio de los tiempos sin encontrar una solución que le haga feliz.


Ser feliz es una de las aspiraciones más justas del hombre. E intentar ser feliz es buscar el paraíso. Aquí, bajo este cielo, pudo estar el paraíso. Aquí, junto a este mar, tan antiguo y tan nuestro. Tan azul y tan de plata. En esta ciudad de luz casi imposible, en donde la sombra de una palmera invita al goce de la contemplación y de la dicha, en esta ciudad donde el canto es eterno e imperecedero el amor que lo inspira estuvo, sin duda, el paraíso. Si la infancia es el paraíso perdido, aquí estuvo el mío. Mañana o pasado mañana los astros se moverán y dejarán la casa de Cáncer para entrar en los dominios de Leo. En ese momento justo llegué a este paraíso. De cuando lo perdí no tengo ya el recuerdo. Sé, eso sí, que ya he cumplido más años fuera de esta tierra, en la nostalgia del exilio y el recuerdo, que los que cumplí cuando vivía al amparo de su luz y de su cielo.

Por eso estoy aquí esta noche. De alguna manera debía volver al origen. Eliot, en los versos iniciales de su Segundo Cuarteto lo dijo para siempre:"En mi comienzo está mi fin." Nadie puede escapar nunca a la llamada telúrica de la tierra. Yo recuerdo que sólo había que aspirar fuerte junto a una biznaga, cualquier noche de verano, para creer que la felicidad existía y el paraíso estaba en nuestras manos. La fragancia del jazmín está tan íntimamente unida a mi adolescencia y a mi juventud que sólo su olor hace que el tiempo pueda retroceder y encontrarme de bruces con el niño que fui por el Arroyo de los Ángeles, o en el sendero que conducía a la Huerta de Godino. Este del recuerdo y la nostalgia es el único pregón que yo puedo hacer de la biznaga. Porque cantores ha tenido esta flor imposible con mayor poderío verbal y mayor derroche de imaginación. Yo puedo cerrar los ojos, con una biznaga en la mano, y encontrarme de pronto en la Playa de la Malagueta, al amanecer, cuando los marineros sacaban el copo, con racimos de boquerones que pacerían jazmines con el olor equivocado. Puedo, con los ojos abiertos, perderme todavía al olor de esa flor diminuta por la noche de un jueves santo o de una feria de agosto en que la clara armonía de la naturaleza transformaba, de pronto, el cuerpo en un ostensorio donde celebrar el rito del amor, como si fuera su epifanía. Desde el balcón la noche olía a cirio y a romero, a pasión, a lágrima y a sandía. Este agridulce sabor de los recuerdos.


Aquel gramófono de la perdida juventud,
tras el cristal la niebla, nuevamente la niebla,
que vuelve a perderme, a perderte, los libros
del colegio, la casa de Don Manuel,
aquel estío y la noche, el bordón
y los chumbos, un agridulce sabor,
desde el balcón el siseo impertinente
y luego la distancia, el diccionario,
el mes de septiembre, que todo se lo lleva
con su viento increíble.

¿Qué habrá sido de aquella biznaga que tal vez ofrecí al entrar en el puerto una tarde de verano, sin saber que aquel crepúsculo iba a ser el símbolo de la pérdida definitiva del paraíso del amor? ¿Se quedaron en el mar aquellos jazmines, que por un momento, tan sólo por unos momentos acompañaron el verde color de sus pupilas en un paseo al infinito?


Ayer, amor, cuando tú estabas
y el viento de la orilla, la salina, la brisa tan suave
detenida en tus brazos, la bahía, aquel trasbordador,
Cabo San Roque, en la cubierta, la fotografía, el cigarrillo
quemando el tostado color de tu vestido, amor,
luego el chirriar de los carricoches, la noria, el caballito,
me estaban mareando los volantes de tu vestido de lunares
mira aquel niño, amor, qué brisa amaneciendo sobre el paseo
marítimo, qué estremecimiento, el frío en tus brazos des-
/nudos,
mañana por la tarde, amor.
Y seguía, seguíamos con la música,
yo ya prefería a Mozart y la noche de aquel día.


Desde aquí mismo si levantara la mirada podría ver la terraza donde al conjuro de unos pocos jazmines esparcidos en la mesa de Bernabé y Quinín, la poesía ocupaba un lugar que luego ya no lo ha ocupado nada ni nadie. Si tuviera que decir cuál es el olor de esa parte de mi vida, no tendría duda, esta fragancia, que es tan espesa que ocupa todo el cuerpo y te embriaga igual que un vino dulce y rojo. Esta fragancia que nos recuerda el Oriente del que venimos y cuyo ropaje blanco y diminuto no es sino un aviso de la fugacidad de su belleza.

¿Por qué si es fugaz y efímera, como pocas otras flores, se entrega la biznaga a la persona amada? Tal vez por eso mismo. Porque la pasión es tan fugaz como una biznaga, pero también tan intensa, tan fragante y tan única. Si en la pasión lo único que se sustituyen son los cuerpos y lo que permanece es el amor, por encima de los mismos amantes, pasajeros, ¿no será siempre la misma biznaga la que cada año es entregada por las manos nuevas del amor al fuego intemporal y eterno de la pasión?

Pasión, fugacidad, juventud y belleza encierra una biznaga. Símbolo a un tiempo de lo permanente de los efímero, no hay otra flor en el mundo que pueda representar lo imposible como esa reunión de jazmines que forman una auténtica utopía floral. No hay sin duda un símbolo vegetal que represente, como lo representa la biznaga, la aspiración a lo absoluto. Componer esta flor, que es un acto a medio camino entre lo artesanal y la creación artística, se me asemeja al acto de escribir un poema. Una indagación en el vacío. Las palabras, como jazmines, van ensartándose una tras otra, pero ¿quién sabe si alcanzarán su destino? ¿se abrirán los jazmines cuando se acerque el atardecer y el ambiente se humedezca? ¿llegaran a ser un poema esas palabras que alguna vez juntamos siguiendo un impulso más que humano por entre la niebla de la belleza y el vacío de lo invisible? ¿Habré acertado esta noche en encontrar las palabras justas para rendir mi homenaje de recuerdo y de nostalgia a la biznaga? Permitidme que vuelva todavía al poema de la perdida juventud:

Oh Montemar, qué delicia tu aire, el rumor de los vientos,
las rosas, el clavel, aquel jazmín de noche, la enredadera,
nenúfares abiertos al cántico imponente de cada amanecida,
amor, qué destrucción ya de todos nuestros mitos, nada, nada
se nos iba quedando dentro, hasta los huesos
se nos fueron quedando fríos, mar de todos los sueños
y de todos los llantos, fiebre de las desilusiones,
la paloma, ay, la paloma herida de amor, como nosotros.


Nos hirió el amor. Nos hirió la vida y nos hirió el recuerdo. Como nos hiere la belleza cada vez que dispara su dardo certero sobre nosotros. Como nos hiere el tiempo cuando nos abandona al paso destructor de su mirada. Como nos hiere siempre, la sublime armonía de una biznaga.

Ya termino. Pero estaría incompleto mi pregón de esta noche si no acabara con unos versos que quieren ser un doble homenaje, un homenaje a la biznaga como símbolo del amor que se dilata, y un homenaje privado al autor de estos versos, el hombre que me enseñó a ser malagueño, mi padre:

yo adoro la blancura de tu mano
y tus ojos perversos y el liviano
destello azul que tu mirada irisa.

y tu beso de amor, que nunca llega,
y tus labios en flor en los que juega
el madrigal de sangre de tu risa.


Un madrigal de luz y de armonía es el que quiero depositar, a modo de biznaga en la mano de cada uno de ustedes al decirles ahora, adiós o hasta siempre. Aquí lo tienen. Gracias.

Málaga, 18 de julio de 1992
JOSE INFANTE
 
LA FIESTA EN IMAGENES. EDICIONES XVI A XXV
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